El próximo día 14 de abril se
celebrará el 83 aniversario de la proclamación de la II República española. No
es una fecha redonda, de esas que celebran los políticos y los medios de comunicación,
pero siempre es bueno recordar el primer intento democrático en la historia de
nuestro país. Ese espacio de seis años supuso la entrada en el escenario
político, social y económico de amplios colectivos que hasta ese 14 de abril de
1931 habían estado excluidos, y entre ellos podemos destacar
el caso de las
mujeres. La Asamblea constituyente de la República tuvo entre sus 470 diputados
a 3 mujeres: Clara Campoamor, del Partido Radical, Victoria Kent, del Partido
Radical- socialista, y Margarita Nelken, del PSOE. La proporción era mínima,
pero ya se había dado el primer paso. Clara Campoamor fue la que más trabajó y
se preocupó por llevar a la Cámara temas referentes a la problemática femenina.
Fue la gran defensora del derecho al voto para las mujeres, a veces peleando
contra sus compañeras socialistas que opinaban que conceder ese derecho era dar
ventaja a los adversarios políticos, pues no confiaban en la independencia de
criterio de las féminas y pensaban que éstas votarían lo que dijeran sus maridos
o confesores. Son famosas las discusiones sobre este punto entre Clara
Campoamor y Victoria Kent, pero finalmente Clara consiguió su propósito en
diciembre de 1931. Para crear un ambiente favorable al triunfo del movimiento
sufragista había fundado la “Unión Republicana Feminista”.
En los siguientes comicios,
celebrados en 1933 y en febrero de 1936, las mujeres ejercieron su nuevo
derecho al voto, pero la principal impulsora, Clara Campoamor, no volvió a
ocupar un escaño. Sí lo hicieron nuevas mujeres, aunque no superaron la cifra
de 5 diputadas en cada uno de los periodos parlamentarios. Alguna repitió, como
Margarita Nelken, pero otras fueron nuevas en esos cometidos parlamentarios,
como las socialistas María Lejárraga, Veneranda García o Matilde de la Torre,
que ocuparon la tribuna parlamentaria en 1933, o Julia Álvarez y la comunista
Dolores Ibárruri, que lo hicieron en 1936. Como se puede comprobar, a pesar de
sus nuevos derechos políticos, fueron muy pocas las mujeres que se incorporaron
de lleno al mundo de la política.
La hostilidad de sus propios
compañeros de partido para la proyección política y social de las mujeres fuera
del ámbito del hogar, fue determinante para explicar este exiguo número de
mujeres, aunque la concesión del voto supuso un reajuste ideológico respecto al
rol político de la mujer, probablemente por la necesidad de captar su voto en
los comicios electorales. Igualmente se produjo una dinamización del
asociacionismo femenino y se promovieron nuevas secciones femeninas en el seno
de los partidos políticos, aunque las mujeres siempre estuvieron subordinadas a
las directrices masculinas de los órganos del partido.
En el plano de la vida cotidiana
persistió durante este periodo republicano la desigualdad de hecho entre ambos sexos,
aunque éste empezó a ser más liviana, y se efectuaron cambios sustanciales que
mejoraron la situación familiar de la mujer con la Ley de divorcio de 1932. En
el ámbito laboral también seguía habiendo discriminación salarial, pero hubo
una serie de modificaciones en la reglamentación laboral que la favorecieron,
como un decreto de 1931 que declaró la nulidad de todas aquellas cláusulas que
en los contratos prohibían a las
trabajadoras contraer matrimonio o establecían su despido si lo hacían. También
se prohibió el despido por maternidad, pero la medida más importante fue la
aplicación del Seguro Obligatorio de Maternidad. También en el campo educativo
se produjo una mejora sustancial de la escolarización, en especial de las
niñas, y se redujo su tasa de de analfabetismo.
Aunque fueron pequeños avances,
la igualdad de derechos significó en la II República que una pequeña élite de
mujeres españolas pudieran incorporarse al ámbito político, que otras ampliaran
su horizonte cultural y educativo y que hubiera varias iniciativas reformistas
que mejoraron su situación. Paro las estructuras mentales siempre cambian más
despacio que las iniciativas legislativas, las mujeres vislumbraron un mundo
diferente que les sirvió de referente en los largos años de lucha posteriores. Y
es que hasta la imagen más simbólica de la II República fue una mujer.
Pilar Lledó
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